La resiliencia, como muchos habrán escuchado, es una característica o capacidad que nos permite adaptarnos a situaciones adversas y afrontarlas de manera saludable. Muchas personas piensan que esta característica se adquiere, otras piensan que solo algunos nacen con esta capacidad. Sin embargo, la ciencia está dando cada vez más información acerca de la resiliencia y está demostrando que todos somos resilientes porque nuestro cerebro lo es.
Varios estudios con imágenes cerebrales han proporcionado información importantísima de los efectos potenciales del abuso infantil en la estructura, función y conectividad del cerebro.
En estos estudios, en los que han participado personas adultas que tuvieron experiencias de abuso o maltrato en la niñez, se ha encontrado evidencia de que las estructuras más afectadas por el maltrato son el hipocampo (parte del cerebro involucrada en la memoria y el aprendizaje), el cuerpo calloso (estructura que conecta ambos lados del cerebro) y gran parte de la corteza frontal (parte del cerebro que se desarrolla con las experiencias de vida y que involucra procesos de socialización y control).
Por otro lado, se han encontrado deficiencias en la función de las partes del cerebro encargadas de interpretar caras emocionales y de anticipar una recompensa. Estas áreas estarían funcionando por debajo de su capacidad. También se ha reportado que los sistemas encargados de los sentidos (audición, visión, tacto, gusto y olfato) y las vías que transmiten las experiencias negativas están alterados en aquellas personas que experimentaron formas específicas de abuso o maltrato infantil. Por ejemplo, hay muchas más neuronas en el área de la audición en personas que han sufrido violencia verbal por parte de sus padres. Otro ejemplo es que las personas que han sido testigo de violencia doméstica en la niñez o han sido víctimas de abuso sexual infantil tienen una menor cantidad de neuronas en las áreas del cerebro que procesan la visión. Además, en el caso de los que han sido víctimas de abuso sexual, el área que procesa el tacto es más delgada.
Como vemos, el cerebro humano parece estar esculpido por la experiencia. Aunque la vulnerabilidad del cerebro a los efectos de la experiencia temprana puede ser moderada en gran medida por la genética, la experiencia juega un papel crucial en desarrollo cerebral. En aquellas personas que son innatamente más susceptibles, las modificaciones inducidas por el maltrato alterarán el desarrollo cerebral y pueden, en muchos casos, representar el comienzo de una cadena crucial de eventos que conducen al desarrollo de enfermedades psiquiátricas y al riesgo de abuso de sustancias.
En conclusión, necesitamos darles a los niños una vida llena de experiencias positivas. Esto no quiere decir que los privemos de la frustración necesaria para aprender: decirles “no” cuando quieren algo es bueno para que aprendan a ser pacientes o a identificar peligros. Lo que sí, significa que intentemos por todos los medios evitar que sean testigos de peleas familiares, que se sientan a salvo en la casa y que presencien diariamente una relación saludable con la familia y los amigos.
Lic. Edgardo Llerena Henzler
Referencia
Teicher, M. H., Samson, J. A., Anderson, C. M., & Ohashi, K. (2016). The effects of childhood maltreatment on brain structure, function and connectivity. Nature Reviews Neuroscience, 17(10), 652–666. https://doi.org/10.1038/nrn.2016.111
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