El trastorno por Déficit de Atención (TDA) es por lejos la patología neuropsiquiátrica del desarrollo más diagnosticada en la infancia. Esta se identifica por presentar tres grupos sintomatológicos: inatención, que se caracteriza clínicamente por descuido en las tareas escolares, falta de atención en los detalles, falta de atención en los juegos, parece no escuchar cuando le hablan directamente, evitación de las tareas que exigen esfuerzo mental sostenido, etc. Hiperactividad, caracterizado por la imposibilidad de estar quieto, salta y corre excesivamente en momentos inapropiados, habla excesivamente, no puede mantenerse tranquilo en actividades de ocio, etc. Impulsividad, caracterizado por no poder esperar su turno, se precipita en las respuestas sin dejar terminar al interlocutor, interrumpe, etc. Debe tomarse en cuenta que no es necesario que el niño presente los tres grupos sintomatológicos, puesto que podrían presentarse niños con TDA con predominio de la inatención (30%), niños con TDA con predominio de la hiperactividad-impulsividad (10%) y niños con TDA en los que todos los síntomas se combinan, siendo este tipo el más frecuente (80%).
Cuando exploramos el género, los estudios muestran que el TDA es más frecuente en niños varones (3/1) y que en las niñas es más frecuente encontrar TDA de tipo inatento (2/1). Es importante señalar que, en general, las niñas presentan mayores dificultades intelectuales, una presencia importante de síntomas depresivos y/o de ansiedad, pero menores conductas disruptivas. Se calcula que el TDA afecta al 5,3% de los niños a nivel mundial; sin embargo, cuando los estudios se basan solo en la opinión de los padres esta prevalencia aumenta al 9,5%.
Por mucho tiempo se pensó que esta condición se limitaba solamente a la infancia, pero luego se cambió de opinión al constatar que con el crecimiento los síntomas no desaparecían, sino que variaban en su predominancia y se añadían nuevos síntomas, de tal forma que el TDA se expresaba diferente en la niñez, en la adolescencia y en la adultez. En la actualidad existen evidencias epidemiológicas, clínicas y neurobiológicas que confirman la presencia de esta patología y su continuidad a lo largo de la vida. Se calcula que el 75% de niños que son diagnosticados con TDA, continúan con el problema en la adolescencia y posteriormente el en la adultez (50%).
¿Qué síntomas de TDA predominan según la etapa de la vida? En la niñez predominan los síntomas de impulsividad e hiperactividad, de tal forma que el niño se torna inquieto, distraído, con baja tolerancia a la frustración, no completa sus tareas, se muestra terco, irreflexivo, habla en exceso solo los temas que le interesan, presenta dificultades para adecuarse a situaciones cambiantes e inhabilidad social. En la adolescencia la hiperactividad e impulsividad tienden a disminuir y predominan: las conductas de búsqueda de satisfacción inmediata (Ej. Actividades de riesgo, deportes extremos, abuso de sustancias, etc.), la desobediencia, el oposicionismo y la baja aceptación del apoyo de los padres. Es importante aclarar que los adolescentes que han crecido en ambientes estructurados podrían optar por una conducta dedicada y obsesiva en los estudios, mientras que aquellos que crecieron en ambientes desestructurados tendrán conductas desadaptativas que podrían llegar a ser delincuenciales.
Por último, en el adulto predominan la intención, (que se manifestará por la dificultad para organizar actividades), olvidos, pérdida de objetos. A esto se le suma dificultad para iniciar y terminar tareas, procastinación, mal manejo del tiempo, parecen ser desconsiderados, hablar en demasía, impertinencia, baja tolerancia a la frustración, irritabilidad y dificultad para la lectura. En el adulto es además predominante la presencia de otras alteraciones como consumo de sustancias, alcoholismo, ludopatía, etc.
Como observamos, el TDA tiene una evolución a lo largo de la vida. Definitivamente, una intervención temprana y adecuada, si bien es cierto no solucionará del todo el cuadro, le proporcionará al paciente recursos cognitivos para mejorar la atención, pero, sobre todo, herramientas para el manejo de los afectos y de los procesos de socialización. En este sentido, la necesidad de tratar al paciente con TDA desde la niñez no urge por la inatención que genera evidentes problemas de rendimiento escolar, sino para evitar que la personalidad del niño se construya con frustración, rechazo, señalamientos, baja autoestima y percepción negativa del futuro. Es la razón por la cual un tratamiento temprano y adecuado, pasará por un afrontamiento multidisciplinario donde la terapia psicológica, dirigida a la psicoeducación (no solo del niño sino también de la familia) y el abordaje de los afectos, será fundamental. Por otro lado, la evaluación de la necesidad del uso de medicación estará en concomitancia con la profundidad del cuadro y sus complicaciones. Por ello, es necesario que quienes trabajan esta condición, tengan la experticia para desmitificar los aparentes peligros del uso de estos fármacos.
Dr. Alberto Fernandez Arana
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