Las presiones sociales sobre la belleza femenina se han visto incrementadas durante los últimos años y ha supuesto una fuerte presión para las mujeres. Un claro ejemplo de ello es lo que sucede en el modelaje, referente social de la belleza, en donde no solo las modelos han disminuido en su peso promedio a través de los años en el cambio de siglo, sino también gran parte de ellas suelen encontrarse debajo de un peso saludable. Además, los expertos señalan que incluso muchas mujeres en este rubro poseen algún trastorno de la conducta alimentaria (TCA). La cuestión es que este solo es un síntoma de una problemática mayor que llega a influenciar a cualquier mujer. Todo esto a partir de la concepción de que sin delgadez no hay belleza.
Si se lee una revista, se ve un programa de televisión o una película, lo más común es que el personaje principal femenino tenga una figura delgada y sumamente cuidada. Esta imagen corporal se ha convertido en el estándar de belleza, un ideal que es constantemente evocado para representar una imagen de bienestar, éxito y aparente perfección que posiciona a la delgadez como condición inapelable para llegar a esta meta.
No es infrecuente escuchar la afirmación “¡qué bien te ves!” para referirse a una mujer que luce o está más delgada, lo que confirma la consolidada creencia de la sociedad que la delgadez es condición para obtener un estado de bienestar, e incluso felicidad. Son poderosos agentes de presión en el entorno social, los medios de comunicación, la familia y los amigos, lo que condiciona a las mujeres para fortalecer su autoestima, estar constantemente evaluando y comparando su cuerpo con el de las demás.
Al internalizarse esta creencia, se genera una idea de “polo opuesto” que se rechaza y teme, la obesidad. La corpulencia se vuelve el supuesto reflejo de la infelicidad y se concibe que, o se está delgada (“se está bien”) o se está obesa (“se está mal”). El ideal estético crea esta supuesta dependencia entre autoestima y bienestar con el atractivo físico (delgadez). Es entonces, que se crea una visión polarizada, en donde la mayoría de las mujeres suelen percibirse con un peso y masa corporal mayor al del que realmente tienen, incluso aún si no poseen un TCA.
Desde la juventud se sienten estas presiones externas representadas también en “consejos de belleza y bienestar”, “bromas” o “ayudas” que se muestran como significativos para poseer un alto nivel de insatisfacción corporal. En consecuencia, muchas mujeres empiezan a plantearse estrategias para lograr realizar cambios en su cuerpo y, en algunos casos, adoptan conductas desadaptativas que originan un TCA. Es así como la bulimia y la anorexia, los TCA más comunes, comparten las alteraciones en la alimentación, la imagen corporal y la identidad por un fuerte interés en la delgadez o la reducción del peso corporal con el objetivo de lograr dicha figura ideal.
En conclusión, si bien en años recientes se han promovido mayores representaciones de mujeres con características más “normales”, resulta importante comprender que el cambio de las características físicas no es la solución real a nuestros conflictos internos. Además, reparar en el error de una visión dicotómica de la belleza, nos daría las herramientas para revalorar la importancia `del mundo interno y de la individualización, por sobre la idealización basada en estereotipos. De ese modo, obtendremos el bienestar real, más allá del aparente, basado en el principio de estar sanos y satisfechos con uno mismo.
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No olviden que a los hombres también nos sucede...